Si algo define este cuarto de siglo que hemos vivido, es el miedo.
No había finalizado su primer año, cuando el horror conmocionó al mundo: las torres gemelas de New York se desplomaron en un dantesco suceso retransmitido en directo.
Tras ese once de septiembre de 2001, se impuso un antes y un después en las libertades de los ciudadanos dentro y fuera de U.S.A. Los controles para acceder a un avión en cualquier aeropuerto se asemejaba más a los propios para entrar en una prisión.
Era por «nuestra seguridad» y lo aceptamos. ¿Qué podíamos hacer si no?
Entonces, muchos gobiernos se vieron legitimados para endurecer las medidas contra sus ciudadanos, reduciendo su status en derechos y libertades, así como aumentando los gastos en defensa/control policial y militar.
Aunque supuso un relevante aumento de autoridad de los estados respecto a sus ciudadanos, aceptamos. Era por «nuestra seguridad«.
Desde China hasta USA, nos acostumbramos a la presencia de cámaras, sensores y registros en casi todos los aspectos de nuestras vidas… Ceder grandes cotas de nuestra libertad individual y colectiva, de nuestro inmemorial derecho a la privacidad, nos pareció razonable a la gran mayoría de los ciudadanos. A fin de cuentas, se trataba de proteger «nuestra seguridad».
Por esas fechas, USA se convirtió en el país más beligerante del planeta e invadió varios países de otros continentes, todos casualmente con grandes recursos petrolíferos. Sin embargo, en 2009 se le otorgó el Nobel de la Paz a su presidente Obama, con el beneplácito internacional. Se trata del presidente bajo cuyo mandato más guerras ha iniciado su país en toda su beligerante historia. Afortunadamente, los medios divulgativos nos hicieron ver que todas esas invasiones a países reconocidos internacionalmente estaban justificadas para proteger nuestro orden democrático. Estados Unidos lo había hecho, entre otras razones, por «nuestra seguridad» como pueblos de occidente.
En 2009 arrancaron las «redes sociales» en internet, hasta propagarse por todo el Planeta. Inicialmente servían para contactar a familiares alejados por miles de kilómetros, pero pronto las corporaciones vieron el potencial colosal de mercado de estas herramientas, a nivel de control, información y manipulación. Aun así, todas las limitaciones que imponen a sus usuarios en su derecho a hacer uso de la libertad de expresión en las plataformas en las que los propios usuarios son el producto -somos el producto-, se justifican en aras de proteger «nuestra seguridad».
Del «pienso, luego existo», se pasó al «exhibo, luego existo». Comenzamos a exhibir viajes, objetos, comidas y toda clase de información personal, sólo para recibir dopamina en forma de «likes». Las redes sociales derivaron en lo que es hoy: el gran mercado expuesto de la red global.
Nos acostumbramos a vivir enfrascados en las pantallas, horas y horas dándole al pulgar como posesos, hasta que en 2019 un murciélago que pasaba por China contagió al mundo entero. Así. Sin más.
A partir de esa fecha la autoridad del miedo conquistó, por «nuestra seguridad» a toda la Tierra. Nunca en la historia humana habíamos vivido una reclusión global… Y así se acabó la vida social real, la de antes del 2020, en todo el planeta.
A día de hoy, aún seguimos tratando de recuperar esas relaciones sociales, junto a aquellas libertades de la humanidad que se llevaron dos árabes aspirantes a pilotos y un murciélago. (continúa.)
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