Vivimos dramas que recreamos constantemente. El drama alimenta y da consistencia a la idea que ha tomado nuestra identidad. Vivimos como poseídos, pues en gran medida nuestra dramatización es una posesión.
Poseído el violento y el pacifista de puertas a fuera. Poseído el que se cree una marioneta en manos de las circunstancias y poseído el que juega a creerse a sí mismo su juego de enseñar a los demás a creer en sí mismos. Poseído el ateo más injurioso y el creyente obsesionado en acatar a pie juntillas el credo al que rinde culto y pleitesía a cambio de hacerle sentir un poco más limpio, un poco más sano, un poco más cercano al roce cariñoso de un dios que suele tener tintes tiránicos. Continúa leyendo Un entramado universal de dioses jugando a trascender sus propios dramas
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