Esta escena de la película «La misión» es una bella metáfora de nuestra existencia.
Robert de Niro interpreta a un mercenario tratante de esclavos (Rodrigo Mendoza) que busca la expiación de sus pecados acompañando a un misionero. Juntos, se adentran en la selva en busca de un poblado indígena. Mendoza, para darle más valor a su penitencia, escoge durante el camino las sendas que exigen mayor esfuerzo, por complicación y riesgo. Además, como carga de su pena, arrastra atado a su cintura un fardo lleno de objetos pesados, como expresión física de sus culpas y pecados.
Llegado un momento, el misionero no puede contemplar tanto sufrimiento sin sentido y corta la soga, cayendo al vacío ese peso en forma de condena. En ese instante, más allá de la liberación del peso físico, Mendoza, roto por dentro, rompe a llorar y gritar, liberándose por fin de su auto condena.
De igual modo, todos llevamos nuestro propio saco -o nuestra cruz- de culpas, prejuicios, resentimientos y temores, los cuales arrastramos en la memoria de nuestra mente: pensamientos de vivencias pasadas que se resisten a perderse en el olvido, aunque no existan en la realidad de este instante. Continúa leyendo Este instante