Diálogo con Dios – de Leonard Jacobson

«Un hombre que buscaba sinceramente a Dios, le gritó:

– ¡Te amo, pero no sé cómo encontrarte!

– Mantente en calma -respondió Dios-. Quédate en silencio. Hazte presente. Mira, y me verás. Escucha, y me oirás, puesto que estoy en todas partes. Al principio te será difícil, porque soy invisible. Estoy escondido, y hablo muy suavemente. Tienes que estar en silencio para escucharme. Tienes que estar en calma para verme. Debes ser vulnerable, estar receptivo y sensible para sentirme. Si me has de conocer, deberás volverte inocente. Entregar todas tus creencias acerca de mí, porque estoy más allá de las creencias. No intentes imaginarme, porque soy real y no me puedes imaginar. No me construyas a tu imagen y semejanza, porque estoy más allá de todas las imágenes. Sé sincero y me encontrarás, puesto que soy amor y siempre estoy contigo. No puedes abarcar lo que soy, así que no lo intentes. Solamente hazte muy presente, mantente en calma y observa. Aquí estoy».

Del libro, «Viaje al ahora – guía para despertar», de Leonard Jacobson

Audio: https://youtu.be/93531IBNoww?si=MfGK1…

El bit de un sentimiento

Imagen por inteligencia artificial, bajo el prompt robot antropormofizado de manera muy realista y espectacular, mostrando el sentimiento de extrema y sensible compasión

«Incluso con las tecnologías más potentes, las máquinas son incapaces de sentir».  Laurence DevillersDoctora en informática, especializada en ética, inteligencia artificial (IA) y robótica.

Actualmente, la inteligencia artificial sigue ahondando en el campo de las emociones porque es el nexo más relevante en el trato entre personas.

Ese matiz humano de expresión emocional es muy difícil de plasmar en códigos que establezcan patrones de comportamiento. Simplemente, la comunicación emocional no es programable, al estar arraigada en la singularidad y la constante evolución de nuestra naturaleza.

Existen ya robots humanoides con capacidad suficiente para realizar labores de asesoramiento básico a clientes. Son entidades físicas o virtuales que pueden interactuar con nosotros y brindarnos información sobre datos concisos. Sólo es cuestión de tiempo que su apariencia y movimientos emulen fielmente al ser humano.

Sin embargo, debemos tener cuidado al delegar responsabilidades en estas creaciones cada vez más humanizadas. Como advierte la Doctora en Informática Laurence Devillers : “Antropomorfizar hasta proyectar responsabilidades en un robot supone un gran riesgo para la sociedad”.

En un mundo saturado de información, donde el flujo de datos es constante, hay aspectos de nuestra humanidad que no pueden ser medidos ni cuantificados, emergiendo libremente desde lo más profundo de nuestro ser.

Por ejemplo, la calidez al tocar a otra persona o la profundidad de una mirada. Estas experiencias no requieren de datos, sino que se manifiestan desde el silencio interior que todos llevamos dentro.

De hecho, nuestro más maravilloso secreto está fuera de las manos de la ciencia y del mercado, porque reside en la esencia misma de nuestra existencia, palpita en cada respiración y se revela en el silencio más elocuente.

¿Podrá la ciencia algún día capturar un sentimiento en un simple código binario?

Por ahora, la respuesta viva que dé resolución a ese misterio está en cada ser humano.

«Los que se quedan» (2023): una película LIMPIA

UN VIAJE DEL AMOR HACIA EL AMOR

Lo que más deslumbra de esta sencilla película es su honestidad y pureza.

En un mundo saturado de moralina puritana en las artes, resulta refrescante que aborde la soledad y la empatía humana sin caer en los clichés.

Aunque su cartel pueda sugerir una obra teatral, la trama se desenvuelve en diversos escenarios, destacando por sus personajes, sencillos y conmovedores,  cuya cercanía puede resonar en cualquier ser humano, en todo el mundo. De ahí su impresionante aluvión de premios y nominaciones (ver aquí).

El argumento es minimalista, siguiendo la vida de un profesor envejecido, una jefa de cocina abrumada por la reciente pérdida de su hijo en Vietnam, y un joven aparentemente mimado y rebelde, que resulta ser mucho más complejo de lo que aparenta.

La película respira humanidad y sinceridad, sin intentos de empoderamiento, denuncia o juicio. Simplemente muestra a tres personas lidiando con el dolor de la soledad, acentuado durante las festividades navideñas.

El encanto de la producción radica en su atmósfera, que parece haber surgido de la conexión entre los actores durante el rodaje. A pesar de ser una película estadounidense, es sobria y rica en detalles y matices, con actuaciones destacadas tanto de los protagonistas como de los secundarios.

Es una obra que invita a quedarse unas horas para disfrutarla. No se arrepentirá. Seguramente saldrá con una renovada esperanza en la humanidad, un verdadero tesoro en estos tiempos.

 

El saco del perdón

Todos llevamos nuestro simbólico saco de culpas, arrastrándolo como memorias de vivencias pasadas que se resisten a perderse en el olvido.

Este saco tiñe de malestar y pesadumbre nuestra percepción ordinaria del único instante en el que podemos vivir en comunión real con la existencia: el ahora.

Es un saco de pensamientos y emociones que nos hacen sentir indignos de nuestro perdón, aunque hayamos perdonado a otras personas en circunstancias similares.

Nuestro propio juicio de que es imposible que se nos perdone, es lo que nos impide abrirnos a la posibilidad de sanarnos. Es un saco de pensamientos y emociones, de ceguera y cerrazón.

Intentar soltar sucesos pasados, aprendiendo de ellos pero sin hacer interpretaciones de responsabilidad, es un buen camino para no acumular más lastre en nuestro saco.

Muchas veces somos incapaces de perdonarnos al resistirnos a aceptar que somos imperfectos y dignos de perdón, como cualquier ser humano… Buscamos con ansia la perfección, la distinción o el reconocimiento social de quien creemos ser, y en ese fútil esfuerzo acabamos tiranizándonos.

MEDITAR

Iniciarse en la meditación es en cierto sentido como aprender a mecanografiar o a montar en bicicleta. Al principio puede resultarnos tedioso y sin sentido o crisparnos los nervios, pero una vez se obtiene práctica, sucede de forma espontánea.

La meta, que se va dando sola, es acabar viviendo en un estado centrado y entregado en el presente. No levitando para no manchar el suelo o cantando ooommms mientras compramos en el supermercado. No. Es un estado muy ordinario, muy natural, muy consciente, muy centrado y muy despierto. Se trata de conseguir estar aquí y ahora sin cargar mentalmente con el saco de prejuicios que nublan la vivencia inmediata de nuestro presente.

Meditar nos ayuda a permitirnos sentirnos, aceptándonos sin más, como primer paso para tomar conciencia de las raíces de nuestro sufrimiento y así poder trascenderlo y «soltarlo».

Si perdonas a los demás, llegarás a experimentar que a quien perdonas es a ti mismo. Siempre que ves aspectos negativos en otros que te incomodan, es un reflejo de que hay algo en ti que no quieres admitir, e intentas proyectarlo culpando a esa persona en quien lo ves reflejado.

De igual forma y en perfecta simbiosis, cuando te perdonas a ti mismo lo ves reflejado en el perdón espontáneo que experimentas hacia algún rencor del pasado, hacia alguna persona. Es una grata sensación de dicha, de claridad, de lucidez  y ligereza.

Cada ser humano es un buscador de la felicidad que trasciende los límites de su individualidad. Al fin y al cabo, la búsqueda de la felicidad no es sino el reencuentro con nuestra libertad de ser.

Éste es en suma el mejor truco para sentirnos mejor con los demás y con nosotros mismos: aprender a perdonarnos, a aceptarnos plenamente -sin peros-, como paso previo a “reaprender” a amarnos. Pues eso somos. Esa es nuestra naturaleza última y esencial. Toca a ti, si así lo quieres, vivirlo en primera persona.

LO QUE NOS UNE

 

En una época como la actual, en la que ansiamos sentirnos exclusivos y proclamarlo a los cuatro vientos, es bueno recordar aquello que nos une.

A todas las personas nos une la mente, las emociones y el corazón… como poco.

Es un hecho científico que el ser humano ha sabido dominar a todas las especies y adaptarse a todos los climas del planeta. También es un hecho histórico que a lo largo de su historia el ser humano ha impuesto su voluntad a sus congéneres, con funestas consecuencias. Resulta indiferente el siglo o continente en que pongamos el dedo sobre la historia humana: siempre encontraremos la voluntad de poder de unos pocos respecto al grupo.

El ser humano en su modelo de desarrollo ha restado dignidad al reino mineral, destrozando miles de kilómetros y arrasando todo lo que estuviera sobre su botín. También ha arrasado el reino vegetal, apostando por un monocultivo enfocado a la productividad, rompiendo con ello los tiempos y condiciones naturales de los procesos vegetales, e intoxicando en el proceso a la tierra y los frutos que consumimos.

En una escalada mayor, el ser humano ha eliminado la dignidad a los animales, anulando su condición de seres sensibles. Lo ha desposeído de su condición, de sus emociones, de sus sentimientos, de su derecho a vivir y los ha reducido a carne o productos al peso. Los ha recluido en cárceles factorías, donde, desprovistos de dignidad e identidad, son considerados meros elementos en el proceso de creación de carne, huevos, o todos los subproductos medibles y vendibles. Por cuestión de conveniencia moral, se les ha desprovisto de su dignidad de vida y se les trata como mercancía.

La tecnología ha propiciado el que el ser humano se encuentre hoy en día en su último salto: eliminar la dignidad a su propia especie. Reducir la singularidad de cada individuo -su incomparable dignidad por su mera condición humana-, a datos, patrones algorítmicos y perfiles psicológicos con el enfermizo deseo de conseguir más, de substraer más, de dominar más a costa de todo.

En eso también somos iguales. Es una verdad sencilla pero muy profunda en sus ramificaciones: el ser humano está perdido en el abismo si sólo se guía por su inteligencia y no somete ésta a su «corazón».  A su «amor», a su vinculación física -a su interdependencia- con el resto de reinos que conforman este único mundo posible. La Tierra.

Vivimos un tiempo en que esta separación está alcanzando cotas nunca antes vista, pues nunca antes en nuestra historia común, la humanidad ha dispuesto de tanto poder por su desarrollo tecnológico.

En cada uno de los países del planeta se vive esta realidad: la inteligencia está cabalgando sola en algunas mentes e instituciones de poder hacia un mundo horrorizado.

Un mundo en el que también se aniquile la dignidad del reino humano y se reduzca a piezas, a números, a objetos, a materia, como ya sucede en los reinos minerales, vegetales y animales.

Afortunadamente, esta época tan trascendental también está avivando en muchas personas e instituciones la sabiduría del apreciado «sentido común»: aquello que nos llama al acuerdo, al respeto, a la no confrontación viciosa y sesgada, a la unificación de propósito. La que nos anima a ver, comprender y sentir -y avivar, en suma-, el espíritu de comunión que compartimos, como especie, todos los seres humanos.

Todos somos uno en lo esencial. Y lo esencial no se ve, no se vende y no se mata porque es lo que somos.

Que prime en tu vida este empoderamiento hacia lo que nos une. Porque, ya lo dijo el humilde sabio: «lo esencial es invisible a los ojos».

DEDICADO A TODOS LOS AGRICULTORES QUE SE ESTÁN MANIFESTANDO ESTOS DÍAS  EN ESPAÑA. NO ES LA DUCTIL IDEOLOGÍA LO QUE LES MUEVE SINO EL HAMBRE, QUE LES LLAMA A LA ACCIÓN DIRECTA.