Mas allá de los ismos

el viaje de riddhi

Para Eugene Ionesco, académico francés y rumano, las ideologías nos separan, mientras que los sueños y las angustias nos unen.

Básicamente, las ideologías son un conjunto de ideas. Se enlazan y forman un discurso que trata de justificar un razonamiento, que es justamente por el que sus partidarios abogan.

A diferencia de la filosofía, cuya intención es que cada participante reflexione y extraiga sus conclusiones sobre cuestiones esenciales en aras de hallar una mejora en su conocimiento, en las ideologías se busca que sus dictados afecten a todo un colectivo social; es decir, a un sector de la población (o a un «nicho», como macabramente se define hoy en día en marketing).

Generalmente las ideologías se posicionan como excluyentes, en el sentido de que, o se aceptan con su modelo íntegro de pensamiento, o bien formamos parte de «los otros», de los equivocados, de los culpables, de los enemigos… En ese sentido, toda ideología es un sistema de pensamiento y pertenencia excluyente, con gran afinidad al sistema de pensamiento de una secta.

Las ideologías nos separan, como afirma Eugene Ionesco, doctorado honorario de la Universidad de Nueva York, Lovaina, Warwick y Tel Aviv. Básicamente nos separan porque cada sistema ideológico, cada conjunto de máximas que se definen a sí mismas como verdades, fraccionan el Todo. En ese camino desacreditan, disminuyen y hasta apartan a quienes no sean afines a sus postulados. Obviamente, cuando más excluyente y radical sea un idealismo, más potencial conflictivo y desestabilizador supondrá para la sociedad que les dé cobijo.

En el estado ideal de sociedad, que no utópico, el ser humano (aquel que sueña esperanzas y padece angustias) debiera situarse en el eje central de cualquier sistema ideológico.

Lamentablemente, la ideología se ha utilizado como una herramienta más de manipulación y confrontación social. Bien lo vemos hoy en día en países como España. Con ellas se busca engatusar al ciudadano para que acabe consintiendo el autoritarismo. Se ha usado su enorme potencial para su más bajo fin.

Hoy en día nuestro día a día se tiñe de conflicto. A diferencia del conflicto en el debate filosófico, su intención no es hallar entre todos un punto de comunión, de armonía y bienestar colectivo, sino avivar deliberadamente la agresividad y el conflicto social, para desviar la atención pública de los asuntos importantes que les afecten como el paro, la vivienda, la sanidad, la educación…

Se da una correlación inexorable que hoy en día vivimos muy nítidamente: cuanto más se involucra un gobierno o una ideología en la vida cotidiana, privada y colectiva de sus ciudadanos, más riesgos existen de revueltas y tentativas de autoritarismos cuyos caminos sombríos forman parte de nuestra historia.

Han de surgir en cada país sus particulares Martin Luther Kings. Ciudadanos que vislumbren a sus congéneres ese sueño que todos compartimos más allá de razas, credos y géneros: un gobierno que gestione con eficacia y sin excesos lo Público, y que deje en paz a los ciudadanos de su país, respetando su libertad de acción y pensamiento.

Dejemos para la historia todos los «ismos», políticos, económicos, morales o religiosos… Son más peligrosos que el fuego. Como Claudio Naranjo señalaba, estos sistemas ideológicos actúan como las instituciones burocráticas: nacen para servir a algo y acaban sirviéndose a sí mismas, fagocitando todo en el camino.

Debemos unirnos porque el individualismo (otro «ismo»), más allá de darnos la libertad del ombligo, nos quita todo el poder de pertenencia a una gran sociedad: a un espacio colectivo de convivencia con su calidad de vida y sus derechos ya adquiridos (mientras no nos sean sustraídos). Sin ciudadanos que apelen por este mantenimiento del poder de una sociedad, sin estos soñadores ansiosos a que se restaura la justicia, sin esta masa crítica, sin ningún rugido…. sólo nos queda ser llevados a repetir las horribles sombras de la historia.

Y tras el horror, comprendido la pobreza de miras, comenzar una nueva promesa hacia una sociedad más honesta, más afín a los dictados de la naturaleza y más justa. Aquella sociedad que apenas se vislumbra en la que, por primera vez, podamos afirmar sin sonrojo que, efectivamente, el pueblo ha recuperado su condición de soberano: de sostén de un estado que ya no le pone el yugo.

Deja un comentario